domingo, 23 de octubre de 2011

RODRIGUEZ PEÑA 56

¿Para qué tendernos en un diván
 sino para convertirnos en otro?
Es decir en nosotros mismos.
Pierre Rey

Bajé las escaleras apresurado casi como queriendo evitar que me descubrieran, saludé en la puerta al guarda y asomé al fragor del mediodía de asfalto y bullicio con la intención de aplastarle la superficie a mi impotencia.

El día húmedo y ambiguo me pareció lógico y me introduje sin dudarlo arrojando a cada paso gestos y recuerdos que carecían de esperanza, cruzaba la avenida sorteando vehículos rezagados y remonté por calle México dos cuadras, luego Defensa y finalmente transité la anchura de la avenida Belgrano.
Andar por Buenos Aires en esos momentos es una experiencia contenta, la velocidad del paso te la impone el riesgo de colisión con otros seres humanos, el sudor del cuerpo es descontrolado por los pensamientos de andar incógnito, atento y sin claridad de destino y es tan real como ficticio y te dan ganas de conocer las luces de los bares, los murales barriales que las amplias avenidas despliegan, los ronquidos incesantes de las arterias, y las angostas veredas cernidas en mortal actitud y caminás deslizándote y riéndote de las cosas que van y vienen sin pedir permiso por tu mente, por la calle y por el interior de tu cuerpo.
En Buenos Aires no puedo nunca sentirme incómodo, puedo sentarme sin pruritos en el cordón de cualquier vereda, hablar con los que pensamos a cada momento y de la forma más inverosímil que pueda haber.

Porqué las plumas me preguntaste,… porque llevan la libertad en sus vuelos, porque son suaves y sensibles a las brisas, porque se juntan y hacen volar los deseos, porque… tantas cosas…

Crucé la 9 de Julio y busqué Rivadavia, mis pasos me fueron llevando sin titubeos,... Paraná, Montevideo,... y luego la inolvidable Rodríguez Peña, doblé frente a la plaza donde nace y relanté mi andar intentando sentir aquellas aventuras jóvenes e inconscientes de hacía más de dos décadas,… el franchute esperándome, me vi tocando el portero en el N° 56, bajarme de ese taxi con toda la sensación de haber sido estafado, subir por la tenebrosa escalera, golpear, estarnos ahí mirándonos sin saber que decirnos, sus manos eternamente húmedas, él sin saber para que había ido, yo sin saber para que había viajado, para qué..., sensaciones raras en un lugar extraño y ajeno.
Con Cosme estaba el cabezón Lemus, enorme, un tipo raro que me miraba desde su lejana longitud, esa mirada entre sarcástica e infantil, él y Cosme siempre fueron los diferentes del curso, raro el cabezón, raro Cosme y ahora parecía que también... raro yo. Yo siempre había caminado en esa cornisa, en esa médula que bífida se desarrollaba entre los que jugaban al fútbol y perseguían a las chicas y los que eran tragas y se dedicaban al esoterismo de la literatura, porque para casi todos, leer un libro a esa edad, en aquella época era algo realmente extraño, rarísimo.

La situación podría considerarse escandalosamente buena si uno se olvidara de a ratos del cuerpo que parece molido por las palabras inconclusas o no dichas, si el viento que trae y lleva hojas no se te metiera en los ojos haciéndote pestañar rapidito para eliminar los pedacitos de vida que se te van cayendo.
La situación podría considerarse razonable si uno leyese los diarios en la mañana, viajara cómodamente al trabajo y el jefe te hablase cortésmente preguntándote que te hace falta.
La situación podría entonces ser razonable pero las situaciones razonables se ven bien en ámbitos y con gente razonables y yo no quiero situaciones razonables, yo quiero sentarme en las veredas, trotar por el viento de mi barrio, mirar lo que haya detrás de las pestañas de la vida, dormir menos que lo que dura un sueño, subir una montaña de dudas, que se yo, andar en bicicleta...
Son anhelos que no parecen tener nada de extraordinario pero estamos todos tan razonablemente en nuestras cosas que ya pensar en aquellas pueden espantar a la rutina de las costumbres.

En Bahía con Cosme hacíamos prolongadas caminatas sobre todo cuando no hacía frío, dábamos la consabida vuelta del perro alrededor de la Plaza Rivadavia, mirando vidrieras, urdiendo estrategias para conseguir aunque mas no sea la mirada de alguna chica desprevenida y convertirla en novia quizás,... no teníamos suerte, pero nos teníamos el uno al otro y el tiempo se nos llenaba, de charlas de pocas palabras, eran conversaciones que tenían que ver con el silencio de una buena compañía. No conversábamos mucho, pero sí pasábamos extensas horas juntos, nos buscábamos siempre como necesitándonos y así se fue formando esta relación que aún luego de tantos años de no vernos me resulta grato recordar y me inunda de nostalgias.
Del franchute flaco hasta más no poder y de manos húmedas recuerdo su afectación cuando de su ascendencia se hablaba, en esos momentos uno notaba que su espalda se enderezaba, elevaba la carretilla en un ángulo perfecto con el pecho y la mirada siempre ágil y procaz se volvía como la de un César, omnipotente. Cuando a mi aún me fulguraban los intestinos por las pibas el tipo ya era medio autodidacta, leía cosas autores que recién hace poco tiempo yo he leído, gustaba de aprender idiomas por sus propios medios, incansable y pordiosero al máximo con su vida me sorprendía en continuo sus comentarios oportunos e insidiosos, no tenía vueltas y era implacable donde notaba alguna debilidad. Qué papel jugaría yo en su escabroso pensamiento, siempre me lo pregunté, que sería lo que él vería en mí. Nosotros no tuvimos charlas que orillaran en los consabidos “sos mi mejor amigo” o “confío en vos porque sos el único que me entiende”, nos respetábamos el dinero que ninguno de los dos tenía, y cuando nos dejamos de ver que fue cuando él decidió venirse a Buenos Aires escapándose del ahogo que su familia le producía, se vino sin un mango, sin laburo pero recibido de ingeniero Químico; sentí su ausencia como esas lindas costumbres que uno no se da cuenta que tiene hasta que deja de tenerlas y se entristecen los pasos que se caminan en esas horas sin atisbar a qué se debe la melancolía.

En mi barrio cuando andamos con bronca rompemos el pavimento de la calle y con cada mazazo que damos nos sentimos como menos olvidados. Hay ahora que presto atención tantas calles rotas que creo que hay mucha gente con broca en éste barrio. Tenemos que a veces para poder caminar sin torcernos los tobillos por éstas calles de mucha bronca, prestar atención donde ponemos los pies, las calles parecen hechas de mayólicas y en lugar de tener las juntas bien terminadas y selladas y ser su superficie esmaltada y colorida, están como anegadas de penas y su color opaco es como el cemento ya fraguado. Uno no ve, no puede ver gente caminando por estas calles hechas de mucha bronca, en realidad no se ve a nadie, se imagina la bronca de la gente por el hecho de que no andan por las calles de mi barrio, como si tuvieran bronca, mucha bronca. Hay un paisaje de casas, coches, perros entumecidos y veredas desparejas, los árboles ya no respetan los canteros y andan haciéndose amores con cualquier pájaro que vuele por ahí, persiguiéndolos porque hay tan pocos.
En estas calles de mucha bronca hay veces que tropiezo con algún cascote que me trae aquel recuerdo, por la forma de estar de ese cascote, por su color, por tener los bordes agudos, por hacerse notar y entonces me agacho, lo recojo, lo admiro y me siento en  cualquier lugar iluminado para vivirlo un poquito de nuevo.

Caía la tarde por la persiana torcida y desarreglada de cortinados amarillentos inimaginables. El rumor de la avenida Rivadavia había menguado y nos sentamos como pudimos en ese lugar atestado de cosas por aquí y por allá, evidentemente no estaba dentro de las preocupaciones de mi amigo el orden y la limpieza y me deprimió un tanto aquella primera alegría de volver a verlo luego de tanta ausencia no mencionada. De esa primera noche solo tengo sombras del piso en el que dormí o dormité, sombras de las sábanas y del  colchón que no dispuse, sombras del hambre de comida y de desencantos, sombras de la falta de bombitas de luz en el departamento,... y finalmente se hizo un nuevo día.
La mañana trajo un sinnúmero de preguntas sin respuestas... dentro de ese abandono, bajé a dar mis primeros pasos por el perímetro del barrio Congreso.

Ahora me doy cuenta que estoy de huelga de panzas vacías, de pelos escasos, de zapatos sin lustrar, de camisas arrugadas.
Ahora me doy cuenta que puede hacer frío, puede llover, puede ser viento, puede ser triste.
Ahora me doy cuenta que no hace falta un papel para escribir, que no hace falta tiempo para hacer, que no hace falta dormir para soñar.

En nuestros encuentros en la ciudad de donde veníamos no nos aburríamos nunca, ambos éramos de poco hablar, no había rutinas, siempre nos hacía falta ese encuentro silencioso y meditado como para apoyarnos uno en el otro, solo estando cuando fuera menester y no había la mezquindad que suele darse entre hombre y mujer, esa inquina que surge de los celos, de la palabra cariñosa pendiente, de la caricia que no fue dada, de la duda, o certezas mentirosas.
Él solía mirar a las mujeres con los ojos inyectados en libidinosos pensamientos,  quizás por la impotencia de que le negaran su afecto. Yo en cambio era un enamoradizo y me divertía su entusiasmo que nunca se marchitaba a pesar de ser claro y notorio el rechazo que en las chicas producía. Yo las comprendía a ellas porque más de una vez necesité hacer uso de mi buena voluntad ante sus efluvios corporales.
Una vez cuando estudiábamos inglés en una escuela nocturna (solo porque era gratis) y que habíamos dado en ella vaya a saber porqué papelito descubierto en algún turbio pasillo universitario lo vi metejoneado con una chica, que no recuerdo su nombre pero sí que de todas las que con nosotros compartían aquellas clases era la más fea. Bien dicen que el amor es ciego y Cosme andaría pasando por ese dicho porque el tipo cuando nos íbamos aquella noche ya terminada la clase de inglés me hizo señas en la vereda que lo aguardara, lo vi acercarse a la puerta, hacerle señas a ella, lo vi dubitativo con los gestos, la vi a ella con las carpetas en la mano y el guardapolvo desarreglado, me vi a mi no entendiendo nada y saludando de reojo a las mellizas y a Ingrid, y finalmente lo vi venir hacia mí como nunca lo había visto antes, molido por la pesadumbre de un rebote feroz, y la noche ya ocupando el día.
No estoy errado si arriesgo que lo que sentíamos uno por el otro era esa confianza a cualquier cosa que hiciéramos o conversáramos por denigrante o vergonzosa que la misma pudiese ser, esas cosas que incluso a veces en las parejas o en los matrimonios no pueden más que insinuarse. Y ahí andábamos casi todos los días encontrándonos, horadando en la noche, en las calles, en la plaza, nunca íbamos a bares o cafés porque no teníamos los recursos negados a nuestra identidad de hijos de padres de clase media en decadencia.

Hoy te convertiste en inalcanzable, Ay poema, que has hecho,… que hilo infortunado te llevó al descuido burdo y simple, fue la pasión o fue el temor al amor, que sendero escarpado y cubierto de polvo del pasado te arrastró al equívoco, o quizás no fuera así…
Hoy todo eran piedras, todo fue adoquines, todo un dolor que ni puede hablarse. Hoy estamos lo mas lejos que se puede estar en este planeta. Tengo que cerrar puertas, no sé, perder las llaves, no sé, tachar rostros, no sé, vivir la vida, no sé, ya no leo, no sé, ya no estoy, no sé

Buenos Aires fue, es y será un paquidermo húmedo y palpitante de cosas por conocer. Para los que somos nacidos en el interior hay impresiones que se clavan en nuestras formas y nos pasman cuando a esta ciudad arribamos por primera vez. Uno llega a experimentar el ser como un molinete fijo y metálico, la desazón al captar que todo el mundo sabe hacia donde se dirige y el recuerdo de todas las recomendaciones que te han dado y que resultan inaplicables porque ya no pueden recordarse.

Ahora me siento mas tranquilo, como si los brazos no me pertenecieran, y no quiero que me los devuelvan, así me siento mejor, así…

A la segunda noche en Buenos Aires conocí sin preámbulos la oscuridad, la ferocidad de una ciudad ansiosa de fagocitar espíritus nuevos. El cabezón Lemus no vino con nosotros, y me pareció entenderle a Cosme en un lenguaje que lo identificaba “éste fue por sábanas limpias y una buena cena a lo de su tía, de nuevo”. El franchute se había convertido en una rata de la ciudad y como tal sería correcto decir que sobrevivía en aquellas cloacas aprovechando saldos de los mercados cuando los había y disponía metálico, sino intentaba desplegando todo su encanto que lo invitaran, provocaba la invitación ya fuera por el concepto que de él se formaban o simplemente por lástima. Esa noche íbamos por la calle Corrientes deslumbrándome con las luces de neón, y los tumultos de los teatros. Él avanzaba y avanzaba y yo lo perseguía como a una presa para no extraviarme en ese mundo fragoroso, aquella masa humana que se manifestaba como el ir y venir de una boca engulléndome, masticándome, mordiéndome.

No, no estoy partido, estoy quebrado, pero aún puedo caminar, no, no puedo, me equivoqué,… acabo de dar un paso tan largo que mi corazón no pudo aguantar.

Las noches en el club Universitario, cuando quedábamos en encontrarnos sin compromiso, necesitando manifestar un enfático y despreocupado quizás, pero sabiendo íntimamente el deseo de que sí y así volvíamos a la próxima fiesta, el buscarnos en la penumbra y la confusión de las luces multicolores y centelleantes, el humo de los cigarrillos que le daban ese toque irreal, y encontrarnos o pensar que nos encontrábamos y luego la verdad de que no habías ido pero quedándome, mintiéndome, estirando mi engaño y los minutos, para darte un tiempo que no utilizarías porque ya quizás lo habías utilizado y no saber si habías tenido algún contratiempo o no habías tenido con quién venir, pero no, o mejor sí porque entonces ya me disponía a hacer planes para la próxima semana y entonces ya podía volver tranquilo, la paz ganada y cansado, desandar la calle Sarmiento hasta remontar la loma, las gotas del día cayendo despacio, tímidas al principio, juntas luego, y entrar sigiloso al dormitorio improvisado que me aguardaba, y con los últimos vestigios de ganas colocar las sábanas sobre el sofá aún sin abrir, quitarme los zapatos sin desatar los cordones y recostarme con el todo, el sol colado por los huecos que dejaba la persiana y quedarme ahí casi dormido y latiendo a medio camino entre la vigilia y el anhelo del próximo encuentro…

Miro y miro, ahí está como dormido de temores, lo toco y toco, pruebo un bocado, lo miro…está encendido, ¿hay señal?...

Tengo un enorme apretujamiento dentro de las costillas, al médico debo ir, llegué, gracias por atenderme doc, qué tiene, no sé acá me molesta, quítese la camisa, pero mire que no es de afuera, no importa igual, pero que flaco que está, que pasa no come, y… , hace algún ejercicio, y… , duerme bien, y… , que le gusta hacer, y…, bueno si no me dice nada a mi va a tener que ir a otro lado, adónde, le puedo recomendar al Dr. Cura, y cuál es su especialidad, la que Ud. necesita, y cuál necesito, alguien que se dedica a los dolores que Ud. tiene, que dijo, eso, pero… , nada de peros se me va ya mismo, pero… , acá tiene la dirección, pero… , le dije que nada de peros yo le voy avisando ahora mismo, bueno.
Doctor Cura que somos, como que somos, claro somos lo que sentimos o lo que podemos, qué buena pregunta, y, y que, si me contesta, pero es que no sé, como que no sabe, es que nunca me la habían hecho, pero Ud. no es doctor, quien le dijo, el doc que me atendió y lo llamó, ah, ah qué, es que entonces no le aclaró, que me tenía que aclarar, a que me dedico, pero él me dijo que Ud. era doctor, y así es, y entonces, lo que pasa que me dicen así por mi experiencia, y cual es si puede decirme su experiencia, curo de amores imposibles, ah ahora entiendo, que entiende, yo me entiendo, bueno, y ahora como seguiríamos, y cuénteme que lo trae,…

Te miro y vuelvo a mirarte, seguís ahí, madurando, tomándote tu tiempo, me pregunto porqué,…

…, no sé me molesta acá, ahá, me saco la camisa, para qué, y como para qué para que me revise, no, no hace falta, no, que hago, cuénteme su última semana, fue larga, tengo tiempo…

No hay comentarios:

Publicar un comentario