domingo, 23 de octubre de 2011

ME MIRASTE

… y… luego sonreíste o pareció que sonreíste. Recuerdo que lo hiciste con esa característica que es tan habitual en quiénes saben como deben hacerlo y además lo hacen. Encima me alegraste los momentos que vinieron luego, ésos, los posteriores, aquellos que pasaron luego de haberte mirado, y de haberme seducido, ¿cómo?, así, con esa desfachatez interrogante y a la vez… ¿a qué me desafiabas?, tus ojos esperaban, ¿qué?, aguardaban que yo pronunciara quizás algunos versos, había cierta picardía nostálgica en esa, tu espera, y eso me agradó de una forma rotunda. Estuvimos así, ¿cuánto?, estuvimos midiéndonos y tolerándonos las palabras vagas y los gestos inconclusos. Yo de este lado y aún con la campera humedecida por la lluvia te pregunté cualquier tontería, el deseo de escucharte me estupidizó. La música apenas se oía y los colores casi sanguíneos me inundaron de sensaciones inmanejables. Entonces volví a tu rostro, a mirarte queriendo asegurarme de que eras allí, a confirmarme de que no te habías marchado de aquel instante. Y comprendí que aún permanecías demorada, o demorándote, con esa paciencia que solo algunos dedican a una velada especial, o a la elaboración de una cena distinta, escogiendo con cuidado y deleite qué ponerte o rebuscando entre las verduras frescas y dudando si pescado o si carne, deslizándote entre las góndolas y observando a los demás displicentemente, riéndote del apuro ajeno, pensando en el vino y cuál perfume usarías. De pronto apareció él. Su irrupción fue torpe y grosera y tan real como una noticia desagradable y de último momento, un accidente. Llegó haciéndose notar,  atropellándolo a todo como un bólido y cuando lo vi, pensé enseguida que estaba vestido como una hora exacta y sus ademanes brillaban veloces, con el cabello en su lugar, como el saludo, que resultó un gesto practicado y previsto. ¿Cuánto tiempo estuvimos mirándonos? ¿Cuánto hasta que me ubiqué sobre el ventanal que daba a la avenida? ¿Cuánto hasta que él te arrebató el café que quisiste traerme? Hoy, ya algo alejado de aquel momento siento que algo de mí quedó inconcluso, talvez incompleto. La costumbre nos ha incorporado cierta cobardía que agobia, del recuerdo prefiero olvidarme, sé que debo hacerlo pero mis intentos son fútiles, acaso vanos. Puedo aturdirme en charlas que no quiero sostener, puedo sentarme a esperar a quiénes no quiero aguardar, puedo escuchar y ver y aún así sé que será un fracaso. Vuelve, es suficiente menos que una fracción de segundo, o menos que lo que lleva un pestañear, es suficiente un tris de los dedos, es suficiente para que puedas traerme ese café que nos interrumpieron. Llueve, creo que sí, que llueve y aún estoy sobre el ventanal que da a la avenida.

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